Qué difícil me es sujetar el vacío. Sujetar ese "no tengo por qué hacer nada". Bueno, más bien, sujetarme frente al vacío, y ser capaz de mirarlo cara a cara sin ponerme nervioso.
Permanecer seguro, tranquilo, sin miedos ni temores, ante el simple hecho de ser para tí, no para tu pareja, para tus padres, para nadie más. Ante el vértigo que produce no tener más ancla que uno mismo.
Así se ve claro, el porqué de las adicciones: se trata de que estamos agarrados a la adicción, y creemos que soltarnos significa la muerte. No concebimos el vacío, de hecho no vemos el vacío en sí: solo el terror al vacío. Estamos tan lejos del fondo del vacío, que creemos que no hay fondo.
El ego, el falso yo, es la distancia entre el fondo del vacío y nosotros. Por ello hay ciertas personas más sensibles a lo adictivo: se encuentran a mayor o menor distancia del vacío, y entonces el efecto del vacío es proporcional a esa distancia. Me recuerda a "Trainspotting", donde en un grupo de adictos a la heroína, el único que llevaba una vida sana y sin meterse, al tener una decepción amorosa se mete en las drogas y acaba muerto. Estaba agarrado a su novia muy fuertemente, y entonces sustituyó ese agarre con la heroína. Es una película, pero la metáfora es válida: se puede ser Joaquín Sabina si no se pierde el contacto con el vacío. El fondo del vacío es la realidad más dura. Y a veces preferimos la adicción, la autoanulación, y en último término el suicido, para deshacernos de tener que enfrentarla.
sábado, 1 de diciembre de 2007
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