Hoy he estado todo el día en casa.
Siento una extraña indiferencia... bueno, no es tan extraña en sí. La reconozco. La he tenido otras veces, pero hace mucho tiempo. Es una indiferencia endorfínica, o el principio del camino hacia ella. Esa indiferencia endorfínica, en la que el ego no existe y el yo importa pero a la vez no.
Sin embargo, siguen ahí el dolor de estómago y el de corazón, aunque suaves.
Me doy más manga ancha en la relación con mis padres, sobre todo es conflicto. Salto a la mínima en cuanto mi madre pisa un poco la raya del "hacer de madre" (ponte el cuello de la chaqueta bien, tomate las medicinas, pero las que a mí más me molestan son aquellas obviedades, en las que lo único que hace es mostrar control.) Creo que le salen automáticamente, y sobre todo le salen porque yo ahora soy el débil, no doy puñetazos en la mesa, con lo cual ella tiene la sensación de que todavía necesito de ayuda materna. Como si fuera un adolescente de nuevo.
Y yo me resistía a ese juego... porque yo no me acepto como adolescente orgulloso y respondón. No lo hice en su día tampoco. Pero quizá es eso a lo que tengo que jugar para hacer ver las cosas. Así que sí, tenemos ahí una batalla abierta. Afortunadamente, somos gente sensata y la sangre no llega al río, no pasa del momento en el que ocurre.
Y puedo notar cómo a raíz de mostrar mi lado "malo", me doy libertad a mostrar mi lado "bueno".
jueves, 29 de noviembre de 2007
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