Yo siento cada vez menos la necesidad de hacer las cosas bien, de que las cosas salgan bien; y no bien, sino lo mejor posible dentro de mis posibilidades.
Eso no está mal en sí, lo malo es amargarse si eso no pasa; es decir, el poder aceptar que no es lo mejor pero que a partir de un punto no vale la pena preocuparse por no mejorar.
Ahora sé que sí que es algo que me persigue si le/me dejo. Que me sale así, pero que no tengo porqué darle bola.
Además, uno aprende a valorar lo poco cuando mira hacia lo que tiene en vez de lo que le falta.
Aun así, tengo la nostalgia del artista.
viernes, 14 de marzo de 2008
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