Parece que despegarnos de nuestra tristeza es como traicionarnos.
Para alegres ya están los demás, triste soy yo. Y si yo no soy triste, ¿qué coño soy? Antes triste que nada, parecemos decir.
Aceptar que somos nosotros los tontos, los tontos que nos empeñamos en sostenernos y aumentarnos mediante el sufrimiento, la moral exagerada, el "esto no es para mí", el "yo no soy así", etc. nos es demasiado grande, no podemos con ello.
Recuerdo que cuando "desperté" y me di cuenta de todo esto, hace unos años (aunque luego lo haya olvidado), realmente me sentí de lo más inteligente: había sabido dar puerta a la inteligencia mental para acceder a la integral, cosa que es muy difícil cuando la inteligencia mental es tan fuerte.
A mí me parece que se me ha quemado ya, como un motor de combustión viejuno.
martes, 22 de abril de 2008
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