viernes, 8 de enero de 2010

El blues del autobús

Escrito el Domingo 3 de Enero.

Estoy en el bus, de vuelta a donde vivo después de las fiestas de navidad. No tengo internet pero lo estoy escribiendo en el portátil, y ya lo pondré en el blog cuando llegue.

Llevo todo el viaje nerviosete, y llevo la uña del pulgar izquierdo por el muñón. ¿Y qué pasa? Pues no lo sé, simplemente estoy nervioso. Creo que me voy a poner una tirita en ese dedo para ver si no me lo muerdo que bastante lleva ya.
Acabo de comerme unas naranjas y mandarinas, no sé si la vitamina C encima me ha puesto más hiperactivo. Lo que me molesta de mi hiperactividad es que es poco enfocada, que es dispersa. Lo digo porque no solía ser así, desde que empecé a meterme en la edad adulta a saco, cada vez más lo noto. Dispersión, nervios... en vez de concentración. Duro poco haciendo una misma cosa, enseguida me distraigo con otra o pienso en otra distinta y fantaseo.

Me preocupa en la tarea creativa o el trabajo, sea el que me pagan o el que no, cualquier tipo de tarea. Porque hace que me cueste mucho más tiempo del que sería normal a mi velocidad de trabajo, y además no termino de entender fácilmente las cosas.

Pasa algo raro con mi familia: cuando me hablan mis padres o mi hermano, me pongo un poco a la defensiva, y desconecto al poco. Empiezo a oír “bla bla bla”, como lo que entendía el Ayudante de Santa Claus a Bart o Homer antes de empezar a entenderlos, y acabo diciendo “que sí, que sí”. Es una mezcla: muestro la suficiente atención como para “pasar el examen”; pero no me involucro y eso hace que muchas veces o no haya entendido algo, o no haya entendido los detalles, o tenga que preguntarles de nuevo, etc. pero no sé qué pasa ahí para que me genere tanto desinterés. Lo de raro no viene por inusual en mi sino por raro en general. Me pasa desde hace mucho.

He dormido en mi nueva casa. En mi nuevo piso en mi ciudad natal (me he comprado un piso en la ciudad donde no vivo. Es que se me pegan las decisiones sinsentido que tanto abundan hoy día. Cualquiera escapa al disparate de sociedad en la que vivimos). Estas fiestas he estado mirando cocinas, y he llevado unas cuantas cosas al piso. Ayer dormí por fin en mi nuevo piso. Lo único que hay en el piso, es el colchón sobre el que dormí, calefacción, luz y agua (fría), toallas y aparejos de limpieza. La verdad que está bien, que suena bien: mi piso. Mi casa, mi hogar. Pa mi. Pa mi solo. Para hacer lo que yo quiera en él. Para hacer lo que yo quiera con él. En principio, dentro de los límites que marca la legalidad vigente. Pero vamos, que como me sugiere mi amiga, incluye bailar en bolas en el salón.

Y estamos en las mismas. Ella me quiere mucho, yo lo paso bien con ella y la considero una buenísima amiga, pero no termino de ver una relación; ella quiere más aunque no lo exige. Eso sí, me incomoda cuando me pregunta eso que no hay que preguntarle a un hombre. “¿Me quieres?”. Ay. Hablamos sobre eso, y realmente no me apetecía hablar de eso. Sin embargo después de pasar ese “mal rato” me quedé mejor. Me vuelve el fantasma de mi primera ex. Esta relación se parece a aquella, sólo que cambiando la inteligencia (o, mejor dicho, erudición) de la primera, por el buen corazón de la segunda. Pero hablando hablando, resulta algunas de las razones por las que le gusto son:
- No me juzgas. Dios! Es lo mismo que me dijo la primera. Sí, corté yo con ella.
- Cuando estoy contigo sólo somos tu y yo, y todo el mundo desaparece... y los problemas y preocupaciones también.
- Me pones de buen humor.
- Crees en mí más que yo misma.
- Me haces sacar la parte buena de mí, que a veces pienso que no la tengo.

En la relación, ese punto de “cuando estamos juntos, sólo somos tú y yo”, me incomoda mucho. Porque es como si yo sustituyera al mundo. Todo es bueno o malo según yo esté, y según yo esté bien o mal. En este esquema, ella gira alrededor de mí. Y yo no soy un sol sobre el que girar, ni quiero serlo: prefiero ser un planeta normal, con sus anillos, volcanes y meteoritos normales, que se relaciona con los otros planetas con normalidad y sus seres vivos tocahuevos normales.

En ese sentido, es que siento un peso. Y eso yo, y creo que la mayoría de hombres, lo llevamos bastante mal. Algunos lo llevan haciendo lo que les sale de los cojones sin mantener palabras ni responsabilidades. Igual no me vendría mal algo de eso.

Aunque reconozco que cada vez es menos, y cada vez lo siento menos. Ella está madurando y se nota. Pero cuando hay recaídas, pues se recae sobre esto. Así es el carácter.

A veces me parece, que si cada cual se cuidara realmente de lo suyo, sería mejor para todos: para el propio ser como para los que le rodean. Pero bueno, habló de putas la tacones.

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