Un Kumquat, ese naranjo japonés que me han regalado, a mi derecha, escoltado por una planta de menta, otra que no sé cómo se llama, un olivo jovenzano y algun que otro vegetal. Delante, una bici del Bicing tomada prestada del ayuntamiento, descansa en la pared, que buena falta le hacía, esperando ya su turno para volver a ser montada, disfrutada, anhelando ahora un culo que le oprima suavemente, unas piernas que la rodeen y se muevan rítmicamente al compás de sus caderas, unas manos que la agarren y la sujeten bien fuerte. Y así volar acompañada, conducida, poseída.
Una suave brisa aparece de vez en cuando. Sólo lamento ser una nota discordante, con mi estómago nervioso y mi respiración tímida. Sin ser parte del paisaje. Pensando en ella.
Buscando una metáfora, el olivo, sobrio, se me antoja una representación de mí mismo, al lado del Kumquat, alegre, con sus naranjitas juguetonas y sus hojas curvadas. Y unas macetitas debajo, alrededor, sin tronco, con la gracia y aroma de la menta una, y la otra, fuerte y resistente, aunque pequeña.
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